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Ciudades y mis sueños

#1 Sueños para ir a vivir   Unos rasguños en la puerta me despertaron, sentía una fuerte molestia; ¡dormía tan bien! Acudí de mala gana, mi mascota me saludo alegremente moviendo su cola de un lado a otro. Le di una patada. Él pensó que era un juego así que se inclinó y me mordió los pies – sin hacerme daño -, le volví a golpear. En una decisión casi inconsciente me dirigí a sacarle, pensando en que ojalá nunca volviese. La mañana era fría, tanto así que una acción tan simple como lo es abrir la puerta me había hecho emplear fuerza. Mi perro salió de inmediato sin mirar atrás, sin pedir por mi acompañamiento huía despavorido; intenté detenerle, pero mi cuerpo estallaba en emociones que imposibilitaban mi albedrío. El paisaje se tornó turbio, irrecordable, volví a escuchar los mismos rasguños y esta vez me dieron un inmenso alivio. Por suerte, cómo todas las mañanas mi cerebro ideaba un yo caótico aclarándome eternamente lo que podían hacer mis emociones impulsivas de no controlarla

Serie del Vacío

#?     Vacío   Psicólogos, psiquiatras, monjes, chamanes, espiritistas y ninguna solución. Asistí a todos con la esperanza de encontrar aquello que había perdido o que sencillamente me faltaba, en mis primeros intentos encontraron cómica mi condición: “Un cuerpo sin alma” resultaba inconsentible para toda religión pues sin ella no habría vida, no habría humano. Lo cierto es que crecí sin ella, la añoré en todo el camino y hasta llegué a buscar formas de robarme una. Imposible. Toda alma está conectada a un cuerpo y rechazaría cualquier otro. Decidí forjarme una, pasé por todas las religiones y todos los credos. En ninguno me dieron ayuda pues atribuirle un alma a un cuerpo es una gracia divina, no humana. Solo me quedaba una opción: la divinidad, recorrí selvas, desiertos y ciudades. Si la divinidad estaba a mi alcance, la tomaría con mis propias manos y le obligaría a darme un alma. Eso debía pasar hasta la fatídica tarde donde sentí que si tuviera un alma no sería yo, les había p

La memoria

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 La violencia en Latinoamérica Santiago Patiño   De aquellos tildados de vivir en otro mundo, por fin, el noticiero de medio día logró darme algo más que una mala noticia para brindarme las palabras necesarias en la elaboración de una voz. No soy periodista, ni quisiera serlo, los he visto revender palabras vacías en busca de obtener un par de visitas; no existe virtuosismo alguno en el periódico latinoamericano, todos señalan la falta de liderazgo, quejas políticas o exigen más recursos públicos para solucionar problemas generales. Sin embargo, al mirar a Latinoamérica desde el extranjero los problemas dejan de ser gubernamentales para convertirse en dilemas idiosincráticos culturales, porqué bueno, ser un hijo de puta en un país de errados es tan sencillo, tan sencillo. Foráneos a los países de los besados por el sol - a veces - y el café, pensarán en sus habitantes como seres capaces de normalizar actos inhumanos. No podrían estar más equivocados: no hay Latinoamericano en e